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Decepciones.

Sucias, amargas y afiladas como una cuchilla, se camuflan en forma de ilusión. Las decepciones no avisan, se lo llevan todo e incluso lo rompen. Nadie puede evitarlas ya que van a estar ahí siempre, acompañándonos en nuestro camino. Tras varias, quizá muchas de estas, he llegado a una conclusión: decepcionarse a uno mismo, duele mucho. Cuando no logras aquello que sabías a la perfección que eras capaz de conseguir. Saber que perdiste algo y que sin embargo no hiciste lo suficiente para recuperarlo. Que dejaste ir a la persona a la que más querías. Que nunca va a volver, y que estarás culpándote a ti mismo para el resto de tu vida. Quizá esa sea la más dolorosa.

1 comentario:

  1. son amargas pero hay que superarlas.. e intentar no volver a cometerlas..

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